Coincidiendo con la celebración de la Asamblea General de la Sociedad Española de Derechos de Autor (SEDA), Iñaki Fernández Arnáiz, más conocido por el público y los amantes de la música pop española como Iñaki Glutamato, recibió a título póstumo el premio especial que cada año otorga la sociedad gestora de derechos de autor, en reconocimiento a su aportación a la música, su larga trayectoria como autor y cantante y a una personalidad y enorme bonhomía que han dejado huella entre quienes le conocieron y también entre todos aquellos -ya pertenecientes a varias generaciones de melómanos- que sienten como suya la revolución musical de los legendarios años 80.

Iñaki, un ser auténticamente bello y especial en todos los sentidos, nació un 29 de mayo de 1961 en Bilbao, trasladándose muy joven a la capital. En el efervescente Madrid de mediados de los años 70 descubriría bien pronto a lomos de la incipiente Transición que la oferta de una sociedad sometida a la estrecha represión del final de la dictadura franquista ofrecía pocas posibilidades de desarrollo -o casi ninguna, a fuer de sinceros- a una juventud ansiosa por equipararse a sus coetáneos de otros países de larga tradición democrática en sus ansias de libertad y diversión sin restricciones.

El paso de Iñaki por diferentes formaciones políticas -algo obligatorio en aquellos años- y una curiosidad y afán de desarrollar su personalidad sin trabas absurdas de ningún tipo le llevó a conectar bien pronto con el tardo-hippismo ibérico en viajes de iniciación a la isla de Formentera y a conectar con otros jóvenes airados e insurrectos de la época, como fue el caso del también desaparecido Ramón Recio.

Precisamente junto a Ramón, Iñaki pergeñaría la idea de plantar cara frontalmente a la ridícula severidad de aquella España estrecha de miras que velaba, aún casi paralizada por el miedo, el cadáver del funesto dictador. Sus armas incruentas para lograrlo serían la música pop y rock y un descaro y una insolencia producto del influjo liberador de la revolución punk que sacudía al mundo desde el remoto Londres. Su vehículo para ello lo constituiría un grupo que pronto llegaría a convertirse en formación mítica del pop de los 80: Glutamato Yeyé.

Pronto llegaron los conciertos -primero para iniciados y poco a poco para públicos masivos-, mientras que la actitud de Iñaki en escena, casi surrealista y pletórica de ironía, marcaba la insólita senda de las hornadas irritantes, enfrentadas desde su nacimiento y coyunturalmente al suave e inofensivo conformismo de sonidos ochenteros más comerciales y susceptibles de ser domesticados por el sistema y la industria musical.

También su pintoresca imagen -gabardina, flequillo con raya a un lado y bigotito deudor a la vez de Charlot y de Hitler- supuso una sonora e inesperada bofetada en la mejilla de la pacata mentalidad de una España cuya idea de la modernidad en lo estético se ceñía, como mucho, al treintañerismo militante de los cantautores o a los ídolos del pop a la italiana, cuya exigencia vanguardista en lo musical era del todo inexistente.

Muy pronto canciones como Corazón Loco, Un hombre en mi nevera, Zoraida, Comamos cereales, La Balada de Karen Quinlan, Alicia -con la que estuvieron a punto de representar a España en el Festival de Eurovisión- o, sobre todo, el gran éxito de Glutamato Yeyé Todos los negritos tienen hambre (y frío) llevarían al grupo a ocupar un lugar preeminente en aquel panorama febril de la música de los 80, privilegiado lugar del que disfrutaron sin discusión a lo largo de casi toda la década. Y, como front-man siempre sonriente, Iñaki siempre estuvo allí: demostrando que se puede abrir mentes a base de canciones sin dejar de ser en ningún momento una de esas buenas personas de las que nadie ha podido, puede ni podrá decir nunca una sola mala palabra en su contra.

Llegó el momento de bajar el telón con Glutamato Yeyé e Iñaki siguió a lo suyo, primero al frente de Los Beatos y, más tarde, de Los Pecadores, mientras su gran afán viajero y aventurero y su mente siempre abierta le llevó a pasar temporadas en aquel Oriente que tanto le sedujo o a aplicarse a montar tiendas en el centro de Madrid, en las que vendía muebles y objetos obtenidos en aquellos viajes.

Durante sus últimos años aún mantuvo su contacto con la música a través de gloriosas sesiones del proyecto La Coctelera Sónica, alternándolo con un trabajo como guardia forestal que le llevaría a reconectar con la naturaleza y encontrar una paz de espíritu de la que fue siempre merecedor.

Finalmente, el fatal 10 de mayo de este año y de improviso, el bueno de Iñaki elevaba en silencio el vuelo hacia el paraíso de los músicos más queridos, dejando inmensamente desconsolados a su viuda, familia y a las legiones de amigos y seguidores que apuraron hasta el fondo el reconfortante gozo de sus cortos 63 años existencia. Y , por qué no, también un poco más huérfana sin remisión a la música inconformista sin concesiones ni otro objetivo que el de provocar una sana sonrisa inteligente en el oyente.

Vaya, pues, para Iñaki esa Cajita de Música que es el premio que SEDA otorga cada año a sus homenajeados. Aunque este año sus compañeros en SEDA solo tendrán -tendremos- un único temor al respecto: que un corazón tan loco, tan puro y tan grande como el de Iñaki Glutamato no quepa en una cajita tan pequeña como la que constituye el premio que le ha sido entregado por sus colegas con la más sincera, amorosa y profunda de las emociones.

Fernando Martín. Madrid, 18 de Junio de 2025